AMORES EN BLANCO Y NEGRO.
Humphrey DeForest Bogart nació el 25 de diciembre de 1899 en la ciudad de Nueva York, hijo de un cirujano de Manhattan, el doctor Belmont DeForest Bogart, y de una popular ilustradora de revistas, Maud Humphrey. El joven Bogie dio sus primeros pasos en el tablero damasquinado con once o doce años gracias a que su padre le enseñó los movimientos durante las vacaciones en su casa de verano en el Lago Canandaigua, a las afueras de la Gran Manzana. Allí nacieron sus dos grandes pasiones, la navegación a vela y el ajedrez. Esos primeros contactos con el cuadrado escaqueado fueron la génesis de la fuerte atracción que mantuvo durante el resto de su vida. Cuando ya era un adulto declaró que, si no hubiese sido actor, hubiera sido ajedrecista o marino.
No fue un buen estudiante y le expulsaron de la Academia Phillips, donde se preparaba para cursar estudios de medicina. Entonces se alistó en la Reserva Naval de los Estados Unidos y fue movilizado cuando casi había terminado la primera Guerra Mundial. El servicio del marinero de segunda clase Humphrey DeForest Bogart consistió en varios viajes entre Estados Unidos y Europa para devolver a casa a los ex combatientes. Tras su baja en la Armada, logró un empleo como regidor en un teatro y, poco después, debido a que uno de los actores se puso enfermo, le llegó la oportunidad de subirse a las tablas.
A finales de 1923 logró un papel secundario en una obra de éxito, Meet the wife, que le proporcionó un buen sueldo y algo de prestigio profesional, lo que le abrió las puertas de los clubes más famosos de la ciudad, en los que se prodigaba hasta el amanecer. Durante esa década, Humphrey Bogart se ganó la vida, con algunos altibajos, en los teatros de Broadway, pero el hundimiento del mercado de valores que causó el célebre crack bursátil de 1929 dejó al sector en quiebra, los teatros se arruinaron y con ellos el propio Bogart y su familia.
El crack bursátil de 1929.
Los primeros años de la década de los treinta fueron muy difíciles para él y los pasó a caballo entre Nueva York y Los Ángeles en constante búsqueda de trabajo. Con Broadway prácticamente cerrado surgió la opción del cine hablado, que daba sus primeros pasos. La industria del celuloide necesitó actores que supieran memorizar e interpretar diálogos y los grandes estudios se pusieron en marcha. Humphrey Bogart se desplazó a la costa oeste y encontró algunos papeles en Hollywood, pero nada era fácil en un terreno desconocido. De hecho, su primer contrato ni tan siquiera fue como actor, si no para enseñar a hablar al veterano actor del cine mudo Charles Farrell. Luego le llegó la oportunidad de realizar algunas intervenciones cortas, pero siempre como actor menor porque, por aquel entonces, las estrellas eran James Cagney, Edward G. Robinson y Paul Muni. Pequeños papeles que casi siempre eran el mismo y que en la industria pasaron a llamarse el “papel de Bogart”. Como dijo el director Vincent Sherman, “si el personaje es un malnacido y un indeseable, dádselo a Bogart”.
Regresó a Nueva York y tampoco encontró trabajo, por lo que recurrió a sus cualidades ajedrecísticas y frecuentó a diario los salones de juego de la Sexta Avenida de Manhattan, de Coney Island y de Times Square en busca de rivales que apostasen cincuenta centavos o un dólar la partida. A lo largo del día disputaba entre cuarenta y cincuenta duelos que le proporcionaban unos cuantos dólares para paliar, en parte, su difícil situación financiera. Fueron tiempos de pobreza, de enorme inestabilidad y de juergas interminables, regadas con alcohol abundante en el celebérrimo Cotton Club, donde regalaban su genio Duke Ellington o Cab Calloway, o bien en otros clubes de Harlem como Connie´s Inn o Small Paradise, así como otros locales de Manhattan como el Chumley´s y el Dover Club y, muy especialmente, el Tony´s y el restaurante “21”, en los que su dueño, Tony Soma, siempre estuvo dispuesto a fiarle. Las fiestas se prolongaban hasta el amanecer, cuando se desayunaba en el Wells Restaurant de la Séptima Avenida junto a otros personajes del espectáculo.
En 1934 logró un par de representaciones, pero continuó con su actividad ajedrecística para ganarse algunos dólares. A su difícil situación se sumó la muerte de su padre, que dejó una herencia de diez mil dólares en deudas y otros treinta y cinco mil en honorarios no cobrados por sus cuidadores, una suma muy importante a la que tuvo que hacer frente. Con su carrera profesional en punto muerto, Bogart se encontró al borde de la desesperación, al extremo de que muchos de sus amigos creían que estaba muy cerca del suicidio. Se refugió en la bebida y en el tablero. Las sesenta y cuatro casillas, como bien sabemos los ajedrecistas, nos regalan un cobijo excelente de los problemas mundanos porque nos transportan a otra realidad y nos obligan a buscar soluciones. Este hábito conductual crea una transferencia psicológica que nos ayuda, y mucho, en la vida real.
Al año siguiente, uno de sus amigos del Tony´s, el notable dramaturgo Robert Sherwood quiso ayudarle y habló con el productor Arthur Hopkins. Su intención fue convencerle de que podía encajar en el papel de Boze Hertzlinger, el protagonista de su nueva obra teatral El bosque petrificado. Éste, que le había visto actuar en el melodrama Invitation to a Murder, recordó su empuje, sus angustiados ojos oscuros y la desesperación, cargada de amenazas, que se adueñaba de su rostro, como escribe John Mason en su obra The Worlds of Robert Sherwood. Esas eran, exactamente, las cualidades que requerían el complejo papel de Duke Mantee. Por esta razón, Hopkins contrató a Leslie Howard para interpretar a Boze Hertzlinger, el protagonista de la obra, y a Humphrey Bogart para el papel de Duke Mantee, el segundo protagonista, un individuo que representaba la quintaesencia de la crueldad. Cerró el triángulo la actriz Bette Davis. La interpretación que hizo Humphrey Bogart fue magistral y le valió su primer gran éxito de crítica y de público, lo que le proporcionó el dinero suficiente para pagar sus deudas y las que había dejado su padre. También se ganó el prestigio profesional suficiente para que Jack Warner, vicepresidente de Warner Brothers, le ofreciera la interpretación cinematográfica de Duke Mantee. De nuevo realizó una actuación extraordinaria que marcó los cánones de interpretación de los gánsteres del futuro y se ganó los galones de estrella del cine. El éxito le alcanzó cuando tenía cuarenta años.
La aventura del cine.
Instalado definitivamente en Los Ángeles, Humphrey Bogart se afianzó en su actividad cinematográfica y en su pasión ajedrecística. Mientras tanto, el FBI ultimaba un amplio y secreto expediente sobre él que había iniciado en 1936. El pánico de las autoridades a la influencia comunista en el Gremio de Actores de la Pantalla era enorme y provocó que lo incluyeran en el expediente como uno de los veintiún miembros “muy vinculados al partido comunista”. La investigación sobre él llegó a tener varios cientos de páginas y, durante el verano de 1940, justo mientras rodaba El bosque petrificado, el congresista Martin Dies, entonces presidente del Comité Especial sobre Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes, se presentó en Los Ángeles para purificar Hollywood. El listado de sospechosos era amplio y, además de él, estaban en entredicho Melvin Douglas, James Cagney, Joan Crawford, Bette Davis, Henry Fonda, Groucho Marx, etcétera. Bogart se puso al frente, desafió las acusaciones y declaró ante el Comité Dies en su defensa, en la de sus compañeros de profesión y en apoyo de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que ampara la libertad de expresión.
Al margen de su profesión y de sus obligaciones sociales, siguió con su afición ajedrecística a diario, ya fuera en los tiempos muertos de los rodajes o en el Herman Steiner Chess Club, una asociación que había fundado una década antes, con el nombre de Beverly Hills Chess Club, el autor y guionista Richard Schayer, un fuerte ajedrecista que escribió más de cien películas e incluyó en ellas varias escenas de ajedrez, como en El gato negro, en el que aparece Boris Karloff jugando con Bela Lugosi. Con la llegada a la presidencia del maestro internacional de ajedrez Herman Steiner, miembro del equipo nacional de los Estados Unidos, el club recibió un gran impulso y superó ampliamente el centenar de entusiastas.
Los listados de socios y alumnos parecen la nómina de una inmensa superproducción cinematográfica porque por sus salas pasaron estrellas del celuloide como Humphrey Bogart y su esposa Lauren Bacall, José Ferrer y su esposa, la actriz y cantante Rosemary Clooney, Charles Boyer, Douglas Fairbanks Jr., que fue presidente del club, Lew Ayres, que fue directivo, Charlie Chaplin, John Barrymore, Lionel Barrymore, Helmut Dantine, Sydney Greenstreet, Fritz Feld, Henry Fonda, Dean Martin, Walter Matthau, Anthony Quinn, George C. Scott, John Wayne y Gregory Peck, y actrices como Katharine Hepburn, Maureen O’Sullivan, Margaret Sullivan, Myrna Loy, Barbara Hale, Janet Leigh, Kathleen O’Malley o Shirley Temple, además de directores como Josef von Sternberg, Ernst Lubitsch, Sam Peckinpah, Stanley Kubrick y Cecil B. DeMille y Billy Wilder, ambos directivos del club, así como escritores como Bertolt Brecht o artistas como Man Ray. Tampoco faltaron personajes de la vida social como Mike Romanoff o la millonaria Jacqueline Piatigorsky, que cogió las riendas del club tras el fallecimiento de Steiner en 1955.
Momento Casablanca.
La mítica y mágica Casablanca se rodó en 1942 y, como se recordará, en ella aparece Rick Blaine, el personaje que interpreta Humphrey Bogart, delante de un tablero de ajedrez, como si estuviera jugando solo. Se ha escrito muchas veces que las escenas de ajedrez que vemos en la película fueron idea suya y que pretendía que el personaje de Rick Blaine fuera un ajedrecista y que no fue así porque a los guionistas no les gustó su propuesta. Esta afirmación hay que ponerla, como mínimo, en cuarentena porque se antoja más propia de ensoñaciones que de una adecuada documentación. En la biografía por excelencia de Humphrey Bogart, que es la escrita por Ann Sperber y Eric Lax, los autores analizan la vida del gran actor durante más de setecientas páginas tras haber realizado más de doscientas entrevistas, muchas de ellas a los protagonistas de Casablanca. Los biógrafos nos explican que la idea de incorporar el ajedrez a la película fue del guionista Howard Koch, el mismo que hizo la adaptación radiofónica de la novela La guerra de los mundos, que escribió H. G. Wells. Su adaptación la interpretó en las ondas Orson Wells e hizo que decenas de miles de americanos creyeran que estaban siendo invadidos por extraterrestres. Koch trabajó en Casablanca junto a los gemelos Philip y Julius Epstein y los tres ganaron el Óscar al mejor guión adaptado, aunque hubo un cuarto guionista, Casey Robinson, que se quedó sin estatuilla porque tenía por costumbre no figurar en los títulos si no era el autor único del libreto. Sin premio, por cierto, se quedó también Humphrey Bogart, aunque el suyo me parece que era extraordinariamente merecido porque Casablanca, esa obra maestra, es él. Él hizo Casablanca y Casablanca lo hizo a él.
Ann Sperber y Eric Lax aseguran que Howard Koch le razonó a Hal Wallis, el jefe de producción, que la escena del tablero de ajedrez que aparece al comienzo de la película era una metáfora de la relación entre Rick Blaine y Louis Renault, además de una alegoría de la complejidad que caracteriza toda la intriga de Casablanca y que queda representada en las dificultades que plantea el tablero de ajedrez. Y éste es la introducción que hace la cámara de su personaje. Los otros elementos del encuadre son un vaso semivacío, un cigarrillo a medio fumar y un pagaré de deuda que se presenta a un protagonista al que aún no ha visto el espectador. Rick Blaine acepta el pagaré con unos trazos seguros y enérgicos y escribe “O. K. Rick”, lo que hace que el público sepa, desde el primer momento, que está frente a un hombre que piensa, delante de un estratega que controla su territorio, de un ajedrecista que reflexiona antes de actuar y que cuando toma una decisión es una decisión razonada. Luego, la cámara retrocede y capta un plano medio de Rick Blaine, al que se ve fumando y concentrado en las piezas. Coge un caballo y calcula las consecuencias de sus posibles movimientos. El director Michael Curtiz utilizó entonces una iluminación cenital que convirtió sus ojos en dos pozos negros, sin expresión, sin emociones, otra forma de decir que las neuronas de la inteligencia dominan a las hormonas de los sentimientos.
Rick Blaine no juega al ajedrez solo, como se ha escrito. La posición que tiene delante de sí es la que disputaba esos días Humphrey Bogart con Irving Kovner, hermano de un empleado de la Warner Brothers que residía en Brooklyn. Ambos se comunicaban mediante tarjetas postales y cartas en las que indicaban sus movimientos. Esa partida la habían comenzado en el mes de enero de ese año. Bogart le envió a Kovner un total de diecisiete postales y dos cartas, en las que anotó con su pluma los movimientos que elegía y también algunos comentarios. El rodaje de Casablanca comenzó el 25 de mayo de 1942 y concluyó, oficialmente, el 3 de agosto. La postal que ilustra estas páginas fue escrita durante ese tiempo ya que está matasellada el 8 de junio. En esta tarjeta se mencionan los movimientos que aparecen en la película. La confrontación finalizó meses después de terminada la película. En el grabado que reproducimos se puede leer: Estimado Irving Kovner, eres demasiado impulsivo, ¡cálmate! Mi sexto movimiento es malo, creo que debería haber sido alfil por alfil. Ahora estoy en un aprieto. Luego cuestiona un movimiento de caballo, el mismo caballo blanco que Blaine tiene en la mano en la escena en la que es presentado. Por último, firma como H. Bogart.
Poco después aparece en escena el contrabandista Guillermo Ugarte, que interpreta Peter Lorre. Trata de establecer conversación con él, pero le da la espalda y se sienta frente al tablero. Ugarte le sigue y le dice:
- Es lamentable lo de los dos correos alemanes, ¿verdad?
- Tuvieron suerte. Ayer eran sólo dos empleados alemanes y hoy son… dos héroes. Le responde.
Ugarte se sienta a su lado, aunque Rick Blaine ni tan siquiera le mira. Sus ojos permanecen fijos en el tablero de ajedrez. El contrabandista le dice:
- Usted me desprecia, ¿no?
- Si pensara en usted, probablemente lo haría.
Blaine le responde con una mezcla de indiferencia, desprecio e ironía, en un diálogo maravilloso con dos interpretaciones excelentes. Luego, Ugarte le propone que le aguarde los dos salvoconductos y Blaine alarga la mano hacia ellos y se cae el rey negro, que sale fuera del tablero. Michael Curtiz cambia el enfoque de la cámara y capta a Bogart de frente mientras levanta el monarca, lo protege y lo sujeta con los dedos constantemente. A mi entender, este plano es otro texto visual añadido al duelo verbal, otro contrapunto que representa el cálculo de las consecuencias que pudieran originarse de aceptar la envenenada propuesta de Ugarte.
Durante el rodaje se enfrentó a varios de los actores del reparto, como Claude Rains, que interpreta al capitán Louis Renault; Paul Heinreid, que interpretó a Victor Laszlo, el líder de la resistencia y esposo de Ilsa Lund, el personaje de Ingrid Bergman; Sydney Greenstreet, que hace el papel de Ferrari, el corpulento contrabandista al que vende el café casi al final de la película; Helmut Dantine, que interpreta al refugiado búlgaro Jan Brandel, entre otros. Se rodaron algunas escenas más de ajedrez, pero no llegaron a verse porque se eliminaron en el montaje.
Durante ese año, en plena Guerra Mundial, Humphrey Bogart se mostró muy activo en los tableros tanto en Los Ángeles, donde jugó al ajedrez con varios pacientes en los hospitales de veteranos, como también por correspondencia, un medio que utilizó para jugar con varios soldados que se encontraban en el extranjero. Esto le valió una visita de los agentes del FBI, que leía su correo y pensaba que la notación que se usa en el ajedrez podrían ser códigos secretos. Los agentes le dijeron que no jugara más por correspondencia con militares durante la guerra.
Con Helmut Dantine, que siempre llevaba un tablero de ajedrez en la guantera de su coche, se midió también en los descansos de la película “Pasaje a Marsella” y ambos continuaron sus desafíos por teléfono durante años. También disputó con Gerald Mohr durante el rodaje de “Sirocco” o con Joan Bennett en “Nunca fuimos ángeles”, entre otros muchos. En algunos casos se le puede ver frente al tablero en las filmaciones, como en la película “Knock on Any Door”, en la que interpreta al abogado Andrew Morton y se enfrenta a Susan Perry y al señor Elkins, personajes de Candy Toxton y Curt Conway, o bien en “La mano izquierda de Dios”, en la que interpreta los papeles de Jim Carmody, primero, y del Padre O´Shea, después. En ella se le puede ver mientras se mide al Doctor David Sigmand, papel protagonizado por el actor E. G. Marshall. Uno de sus rivales más habituales durante esos años fue su maquillador Karl Silvera.
La época de gloria.
Tras el gran éxito de Casablanca le llegaron otros con películas como “Tener y no tener”, “El agente confidencial”, “El sueño eterno”, “Cayo largo” y “El tesoro de Sierra Madre” que lo convirtieron en el actor mejor pagado del mundo a finales de la década de los cuarenta, con un contrato de medio millón de dólares al año, una cantidad enorme en aquellos tiempos. Además, tuvo la inmensa fortuna de coincidir en “Tener y no tener” con Betty Joan Bacal, que pasó a la historia como Lauren Bacall y que también era ajedrecista, por cierto. “La Mirada” se convirtió en el gran amor de su vida y en su cuarta esposa, lo que le trajo la paz personal y familiar tras los años de calvario que sufrió durante su tercer matrimonio con la actriz Mayo Methot.
Humphrey Bogart participó de forma muy activa en la Asociación de Ajedrez del Estado de California y se convirtió en el director de torneos de la Federación de Ajedrez de los Estados Unidos. Durante las pausas de los rodajes se le veía inclinado frente a un tablero, bien solo o con otros actores o miembros del equipo. En junio de 1945, fue entrevistado por la revista Silver Screen y preguntado por las cosas que más le importaban en la vida, respondió que el ajedrez era una de las que más y manifestó que practicaba todos los días entre toma y toma. Un mes después, él y Lauren Bacall aparecieron en la portada de Chess Review con Charles Boyer durante un receso en el rodaje de El agente confidencial. Como espectador está el maestro internacional Herman Steiner. Ese verano, el Hollywood Chess Club que presidía Steiner, el rotativo Los Ángeles Times y el propio Bogart, organizaron el Congreso Panamericano de Ajedrez. La cantante y actriz Carmen Miranda abrió el acto de inauguración y dirigió el sorteo de colores, mientras él actuó como maestro de ceremonias. Entre los espectadores destacó la actriz Marlene Dietrich, que también frecuentó los tableros con asiduidad.
Durante esos años comía casi a diario en el Restaurante Romanoff, situado Rodeo Drive, en Beverly Hills, un negocio que era propiedad de un presunto príncipe ruso que se movía muy bien en los tableros y aún mejor en la vida misma. Mike Romanoff fue un personaje muy peculiar que se presentaba como “Príncipe Michael Alexándrovich Dimitri Romanoff”. En su local disponía “en propiedad” su amigo Bogie de la segunda mesa de la izquierda, según se entraba al local. Siempre se sentaba en esa mesa, que estaba reservada para él, y siempre pedía lo mismo. Su menú comenzaba con dos whiskies con soda, luego comía una Omelette Sylvia, que era una tortilla de verduras y queso, que acompañaba de pan francés tostado. Durante la ingesta bebía un vaso de leche, sí, no es una errata, bebía un vaso de leche, y después tomaba café. Como cierre, un brandy de primera calidad. Luego iba a su casa a disfrutar de una siesta y, más tarde, cuando ya se habían ido los clientes del local, volvía para disfrutar del ajedrez en “la mesa de Bogie”. Él y Mike Romanoff cultivaron una gran amistad durante un cuarto de siglo. En su restaurante celebró su Óscar, con su gran amigo como anfitrión.
Años cuarenta.
La década de los años cincuenta comenzó muy bien para Humphrey Bogart. En 1951 protagonizó “La reina de África” a las órdenes de su gran amigo John Houston y con la maravillosa Katharine Hepburn como compañera, con la que disputó numerosas partidas de ajedrez durante el rodaje en la localidad de Stanleyville, en el Congo. Su excelente interpretación le valió para ganar su único “Óscar”, aunque él pensaba que tampoco se lo iban a dar ese año y que se lo concederían a Marlon Brando, que estaba nominado por “Un tranvía llamado deseo”. Su rival cinematográfico en esa cita fue también su oponente habitual en los tableros muchas veces. A principios de esa década era muy habitual que Marlon Brando se desplazase hasta la elegante mansión que Bogart había comprado en Benedict Canyon. Las dos estrellas de la pantalla jugaban al ajedrez durante horas, muchas veces hasta el amanecer. Cuando Brando murió, sus numerosos juegos de ajedrez fueron subastados por la conocida casa de subastas “Christie’s” y los compró el coleccionista de arte Neville Tuli, que pagó por uno de ellos dos mil quinientos dólares.
Luego llegaron otros éxitos como “Sabrina” y “El motín del Caine” y numerosos enfrentamientos damasquinados, no sólo con personas relacionadas con el cine, sino también con maestros de ajedrez. Se midió, por ejemplo, con el gran maestro internacional Samuel Reshévski, varias veces campeón de los Estados Unidos y uno de los mejores del mundo, en una exhibición de partidas simultáneas que impartió en Los Ángeles. A pesar de la entidad del campeón, logró unas valiosas tablas. La actividad ajedrecística de Humphrey Bogart incluyó también el estudio de las aperturas, es decir de los primeros movimientos. Se interesó en buscar alternativas en la primera fase del litigio porque son muy útiles para derrotar a los rivales e innovó en algunas de ellas. Una de esas preparaciones se conoce como el “Gambito Bogart” y se trata de un sacrificio de peón para lanzar luego un fuerte ataque. Esta idea la utilizó más tarde el subcampeón mundial David Bronstein en una de sus partidas.
A comienzos de 1956, a Humphrey Bogart le diagnosticaron cáncer de esófago. La operación y posterior quimioterapia le dejaron en los huesos, pero continuó con su forma irreverente de ver e interpretar la vida, con su humor, entre irónico, sarcástico y cínico, que le permitía gastar bromas a los amigos que iban a verlo a su casa, sin que de su boca saliera protesta alguna por su situación. Con una enorme dignidad y entereza para enfrentarse a la enfermedad, a pesar de los enormes dolores, se preparó para esperar la muerte.
Cuando ya no tuvo fuerzas para ir al Restaurante Romanoff, jugó con su gran amigo por teléfono. Durante esos últimos meses de su existencia, casi su única actividad era estudiar y jugar al ajedrez, bien con su esposa o con alguno de sus amigos, como el guionista y director Richard Brooks. En una ocasión, mientras disputaba con él frente al tablero, tuvo varias náuseas y Brooks, muy incómodo, alegó que tenía que marcharse. Bogart, con un gesto, le indicó que se sentara de nuevo. Unos cinco minutos más tarde, que a Brooks le parecieron horas, según manifestó, se levantó de nuevo y dijo:
- ¿Sabes lo que me pasa, Bogie? Ya no tengo la cabeza en el juego.
Él sonrió con ironía y, con mucha calma, le preguntó:
- ¿Qué te pasa, muchacho, es superior a tus fuerzas?
A su casa en Holmby Hills iban a visitarlo muchas de sus amistades. Muy habituales eran, además del restaurador Mike Romanoff y su esposa, el actor David Niven y la suya, el cantante Frank Sinatra, el agente Irving Lazard, su amiga y representante Mary Baker o el escritor Truman Capote. Cuando las visitas se habían marchado, a eso de las ocho y media llegaban dos de sus más antiguos y queridos amigos, Spencer Tracy, que fue quien le apodó Bogie, y Katharine Hepburn.
Al principio recibía a las visitas sentado en un sillón, en una habitación del piso inferior que él llamaba Butternut Room, con un whisky con agua a su lado, ya entonces con mucha agua, y un cigarrillo Chesterfield en la mano. Más tarde, cuando ni tan siquiera podía bajar las escaleras y ya era poco más que un esqueleto jovial, lo bajaban desde su dormitorio en el montacargas hasta la cocina, lo sentaban en una silla de ruedas y lo llevaban a la sala. Siempre bien afeitado y bien vestido, con unos pantalones grises y un batín rojo. Lauren Bacall se encargaba de los preparativos para que pareciese una fiesta, con bebidas para todos.
Falleció el 14 de enero de 1957, mientras dormía, a la edad de cincuenta y siete años. Al lado de su cama había un tablero de ajedrez.
Desde que ambos se conocieron, a orillas del Lago Canandaigua, Humphrey Bogart y el tablero disfrutaron una bella amistad.
P.S. Nota bloguera.
Este artículo se publicó en la revista Almanaque nº 9 (agosto 2022) del Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Y justo después de estar ya en imprenta, el autor tuvo la suerte de encontrar esta impresionante foto: Los rumores sobre las alzas y zancos de Bogart en el rodaje de Casablanca (debido a que ella era más alta que él) eran ciertos.
Comentarios
Publicar un comentario