LA VIRGEN DE AGOSTO



Despiertas un 20 de julio de 2018 y tu vida ha dado un vuelco. Has cumplido 33 años, hace tres meses que rompiste con tu novio, tu carrera como actriz se halla estancada y ya no sientes motivación alguna y en 10 días se acaba el contrato de alquiler de tu piso. Te repitieron muchas veces que los 30 son los nuevos 20 pero, ¿quién dijo que eso fuese algo positivo?

Eva necesita un giro de 360 grados en su vida y, para ello, decide quedarse todo el mes de agosto en Madrid. Ha conseguido que un conocido le preste un piso en el centro durante todo el mes de agosto y aquí debe intentar encontrar el rumbo que parece haber perdido en su vida.

Desde ese momento, acompañamos a Eva a lo largo de este mes de agosto. Conocemos a viejos amigos que están igual de estancados que ella en sus carreras, amigas que se sienten alejados del mundo desde que han sido madres, una vecina extranjera y artista con la que sale a relucir su lado más divertido, un dúo inglés-galés que interpretan viejas canciones de las Brigadas Internacionales, una chica que hace curas de reiki, un camarero con vocación de actor e, incluso, un fugaz e incómodo reencuentro con su exnovio. 

Pero también paseamos a solas con Eva por Bailén, visitamos museos, vamos al cine o leemos en el sofá de su casa enterrada entre ventiladores porque es imposible reencontrarse a uno mismo sin dedicar tiempo suficiente a estar sólo y reflexionar.


El cine de Jonás Trueba , émulo de la Nouvelle Vague más intimista de resultado limitado, abre aquí su objetivo sin perder su esencia. La gran mayoría de la película se narra en planos medios y cortos con Eva como protagonista pero su óptica se extiende y amplía su punto de vista, aparecen un montón de personajes y, con ellos, se amplían el número de conflictos.

El director Jonás Trueba. Foto: Nacho López en El Cultural.

Los protagonistas de Jonás Trueba hablan mucho, conversan con una verborrea descabalgada y también escuchamos las reflexiones de Eva cuando está sola. Los diálogos, sin embargo, aparecen  espontánea y naturalmente y no estorban la narración sino que la sustentan y constituyen el  sello de la misma. Los protagonistas hablan de manera cotidiana, ligan, exponen sus miedos y sus frustraciones y, aunque los conflictos emocionales están siempre presentes, no estallan sino que aparecen latentes manteniendo la tensión vigente en todo momento y conservando así la atención del espectador.

Sin embargo, no todo es positivo en el guion. Algunos diálogos siguen siendo demasiado evidentes y rozan la cursilería. Tampoco comulgo con esas escenas finales que oscilan a medio camino entre el realismo mágico y el ridículo.

Por último, decía Woody Allen que, una vez realizada “Manhattan”, sintió que había cumplido con su necesidad de mostrar en una película todo el encanto de Nueva York. Es probable que Jonás Trueba sienta lo mismo acerca de Madrid y “La virgen de Agosto”. Así, a través de la película puede disfrutarse de la contemplación de las Lágrimas de San Lorenzo (Perseidas) desde el Templo de Debod, de los conciertos de las Fiestas de la Paloma, los museos, los cines y las terrazas en ese mes de agosto en que la ciudad desacelera su ritmo frenético y permite disfrutar de unos encantos que, en cualquier otra época del año, desaparecerían demasiado rápido ante tus ojos.

Septiembre 2019.

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