GLORIA PERECEDERA
La excelente “DUNKERKE”y otras no menos interesantes películas, de sólidos directores como Steven Spielbergy Clint Eastwood, han puesto nuevamente de moda el cine bélico, género que vivió su apogeo en los años 40 y 50 del (¡Ay!) pasado siglo. Conviene resaltar la versatilidad de este tipo de cine, al que pertenecen sin duda obras cuyo objeto es el de recrear las grandes batallas de cualquier siglo y otras de muy distinto contenido como ocurre, por ejemplo, con las películas españolas ambientadas en la guerra civil, en la que ésta contienda es sólo un pretexto para hacer cine político. ”SENDEROS DE GLORIA”(1957), dirigida por Stanley Kubrickes una de aquellas en la que la acción bélica tiene como verdadero objetivo denunciar el sinsentido de la guerra, la deshumanización del estamento militar y el inevitable y cruel destino que espera a la eterna carne de cañón.
Al verla de nuevo, me ha traído a la memoria lo que cuenta Peter Watsonen ”Historia intelectual del siglo XX”[1].Durante un tiempo se creyó que el soldado de infantería sólo era capaz de comprender órdenes elementales como las de avanzar y retroceder, esquema que condicionaba las tácticas de batalla. El enorme progreso del armamento hizo que, desde la guerra de los Boers, y en particular durante la Primera guerra mundial, cuando transcurre esta obra, el número de muertos en las cargas de infantería aumentase exponencialmente respecto de los que caían en las batallas de antaño. Para saber si este prejuicio era cierto se desarrollaron los test de inteligencia que sorprendentemente algunos han (y hemos) logrado superar, cuyo actual uso generalizado tuvo un origen militar. Un ejemplo del aciago sino del soldado que sirve la infantería lo narra la obra que comentamos.
El ambicioso General Mireau recibe el encargo de su superior, el camaleónico General Broulard, de llevar a cabo una actuación heroica que sirva de propaganda en el devenir de la guerra (estamos en 1916). Uno de sus regimientos ha de tomar la Colina de las Hormigas, punto capital para dominar el frente que se hallaba entonces estabilizado. En un primer momento, Mireau parece resistirse al requerimiento afirmando, hipócritamente, que lo que más le importa es la vida de los 8000 hombres a su cargo pero, basta un breve halago de Broulard, que alude al impulso que el éxito de esta encomienda puede representar para su carrera, para que Mireau acepte. Acude entonces a las trincheras, escoltado por su ayudante de campo, un Mayor que constantemente le halaga y le dice lo que quiere escuchar, a entablar campechanamente una charla con la tropa, aunque el asunto sale mal pues su cólera sale a flote y termina abofeteando a un soldado, afectado por neurosis de guerra que no es capaz de responder, como debiera, a sus preguntas. Después, visita al jefe que se halla al mando del regimiento, el Coronel Dax, encarnado por Kirk Douglas, quien fuera un reputado abogado penalista en la vida civil, que deberá ejercer de nuevo su trabajo en territorio hostil. Es un hombre, Dax, quepese a la ferocidad de la guerra, no ha abdicado de su compasión y defensa de la humanidad. Su lucha frente al entorno da sentido a la película, amparada además en la buena factura de Douglas, actor convincente y de recursos que superara con creces a su hijo Michael. Una vez recibida la orden de su General de tomar la colina, le advierte de la carnicería que se avecina y hace frente a las sarcásticas observaciones del Mayor, quien afirma que las excesivas bajas que se producen entre la infantería se deben al deseo instintivo que tienen los soldados de agruparse en momentos de peligro, en las zonas más conflictivas.
“Como animales” dice el Mayor; “No, como seres humanos”, le corrige Dax.
La decisión de Mireau está tomada, es una orden. Dax forma parte del ejército y debe cumplirla. Para observar el terreno de la futura ofensiva hace partir a una patrulla, en la que debido a la conducta del alcohólico teniente Roget, muere un soldado, por lo que el Cabo Paris, integrante de la patrulla, le acusa de ser responsable de la muerte de su compañero, a lo que el teniente responde que es su palabra contra la de un oficial y nadie le creerá. Denuncia el Cabo lo sucedido al Coronel y Dax le cree pero insiste en lo mismo, no vale nada la palabra de un Cabo contra la de su oficial al mando en un consejo de guerra. El ataque tiene el resultado previsible, pese a los esfuerzos de Dax que acompaña a sus hombres en primera línea hasta el final; el intenso fuego de los defensores que dominan la colina y el escaso o nulo apoyo artillero a los atacantes ( los generales en privado admiten que la artillería de que disponen no tiene alcance suficiente para neutralizar a las defensas de la colina) , hacen que mueran casi todos los soldados que salen de las trincheras, sin llegar a sobrepasar sus propias alambradas. Una parte del regimiento, debido a la crudeza del fuego enemigo, ni siquiera logra ponerse en marcha por lo que se ordena la retirada de los soldados que quedan con vida. Al conocer el fracaso de la ofensiva, y que una parte del regimiento no ha logrado asomarse a campo abierto, furioso, el General Mireau ordena a la artillería disparar contra las posiciones de su regimiento. El oficial de artillería responsable se niega a cumplir el mandato verbal si no es con una orden por escrito, que el cobarde Mireau no se atreve a redactar, limitándose a amenazar, en balde, al oficial artillero con someterle consejo de guerra.
Poco después Mireau se reúne con Broulard y Dax y decide hacer un escarmiento público por lo sucedido, que achaca a la cobardía de la tropa. Pese a las protestas de Dax, que afirma que la orden era imposible de cumplir, los Generales deciden que tres hombres en representación de todo el regimiento sean juzgados en consejo de guerra sumarísimo. Dax, en su condición de abogado en la vida civil, pide ser designado defensor de sus hombres, a lo que se opone enérgicamente Mirau que busca una simple venganza y no hacer justicia, pero a su nombramiento accede Broulard. En una de las reuniones a tres bandas, Mireau admite lo que verdaderamente le importan los soldados bajo su mando, a los que considera meros objetos, simples animales destinados al matadero. Con tales premisas el juicio resulta ser una farsa; el tribunal lo forman subordinados leales a Mireau, su ayudante es el Fiscal, y el propio Mireau supervisa la sesión a la que asiste como apuntador, hasta el punto de discutir la actuación de la defensa durante la vista. Los reos son simples cabezas de turco, uno de ellos elegido a suertes en su unidad, pese a que cuenta con una hoja de servicios digna de mención y posee dos medallas al valor, que no le van a servir de nada; otro, elegido por su comportamiento antisocial; y el último, el Cabo Paris designado por el Teniente Roget, que se libra así de un incómodo testigo.
Dax intenta instruirlos en el arte de contestar a las preguntas del fiscal y del tribunal para parecer convincentes y lleva a cabo una defensa técnicamente correcta que se ve frustrada, sin embargo, por la falta de garantías del juicio sumarísimo. Éste puede parecernos muy alejado de la realidad presente, pero no lo es tanto si recordamos por ejemplo la grabación videográfica del proceso a los Ceaucescu, juicio en el que el abogado defensor calificaba los hechos cometidos por sus defendidos imputándoles más delitos que los del fiscal. No es ésta, ni mucho menos, la defensa de Dax; intenta que se lea por escrito la acusación íntegra antes del juicio, petición que deniega el Presidente del tribual, aduciendo que se trata de un mero formalismo sin importancia; solicita aportar pruebas de testigos que adveren lo ocurrido y la ausencia de culpa de los encausados, pruebas testificales que también son denegadas. Lo absurdo de la acusación se hace patente respecto de todos los acusados: uno de ellos logró atravesar las alambradas y finalmente hubo de retroceder puesto que sólo quedaban dos soldados vivos, el segundo soldado no llegó a atravesar las alambradas al perecer todos sus compañeros , de modo que era inútil continuar su avance y el cabo no salió de las trincheras donde su unidad estaba retenida por las balas del enemigo, y además le cayó encima su oficial al mando ,muerto al intentar asomarse a la trinchera, lo que le dejó inconsciente y herido .En su alegato final, Dax expresa lo absurdo del proceso, que repugna el sentido más elemental de la justicia civilizada, pero sus palabras no encuentran eco alguno; el destino de los inculpados estaba escrito de antemano y son condenados a muerte.
Durante la última noche de los reos , uno de los soldados golpea al sacerdote que acude a consolarles y el cabo Paris responde golpeando al soldado. Al caer éste, impacta contra la pared de la celda y sufre un traumatismo craneal. El médico sugiere suspender la ejecución debido a su estado, pero en una última manifestación de su de su proverbial benignidad, el general Mireau exige que lo fusilen atándole con la camilla al poste, recibiendo antes varios pellizcos en las mejillas para que recupere la consciencia en el postrero instante.
Contemplamos con angustia los preparativos y la crudeza de la ejecución, en lo que resulta ser un nítido alegato contra la pena de muerte ,que Dax intenta por todos los medios evitar. Para ello acude después del juicio a la casa del General Broulard en la que con notoria frivolidad se celebra una fiesta. Mientras suena un vals, el Coronel comunica al General que tiene pruebas de que Mireau ordenó disparar contras sus propios hombres. Broulard dice que esa denuncia es una infamia, pero Dax le aporta las declaraciones juradas de los testigos de lo ocurrido, entre ellas la del oficial de artillería que exigió a Mireau la orden por escrito. Broulard se guarda los testimonios, pero no suspende la ejecución y vuelve a su fiesta. De la muerte de los soldados y el cabo pasamos a una reunión entre Broulard, Mireau y Dax, en la que el primero dice a Mireau que tiene pruebas fehacientes de que mandó disparar contra sus propios soldados y para evitar el deshonor y un consejo de guerra, es conveniente que cese en su puesto. Mireau sólo sabe balbucear la afrenta que se comete con un buen soldado y se marcha. Acto seguido cínicamente Broulard dice a Dax que el ejército francés no puede permitir que un tonto mande un regimiento y acto seguido le ofrece el mando de Mireau. Dax se niega a aceptarlo y Broulard, el hombre que solo tiene miedo a los políticos y periodistas, para el que la vida es una red de intrigas, el hombre que utiliza a los demás en su propio y exclusivo provecho justificando el juicio a los soldados desde el pragmatismo más inhumano, por considerar que el proceso y ejecución de los tres inocentes es bueno para mantener la moral de la tropa, ese ser frío e insensible, no es capaz de entender que un oficial piense en otra cosas distinta a su ascenso y carrera y que de verdad le importen sus subordinados. Se encoleriza por la negativa de Dax y no cree sus motivos, ante cuya reacción, el Coronel le dice que sólo puede sentir compasión por él.
El final nos lleva hacia un sórdido bar, en el que Dax busca a su regimiento. El propietario ofrece a los clientes la actuación de una prisionera alemana, una campesina rubia encogida por la vergüenza de hallarse en el escenario sometida a la jauría de la tropa, que lanza miradas temerosas al público, y con razón, pues la cámara nos muestra una turba vociferante, agresiva y brutal. “No tiene ningún talento, salvo su voz” afirma el tabernero refiriéndose a la muchacha alemana. Ésta, entre llantos, entona una canción y, cual pócima mágica, a medida que su tono sube, se logra el milagro de transformar a Mister Hydeen el Doctor Jekyll. Baja el diapasón de la algarabía, cesan en su griterío los soldados para escuchar la melodía y poco a poco unen sus voces a la de la artista. Como en la emotiva canción “Dear Sister”, de Claire Lynch, los feroces enemigos (la campesina alemana y los soldados franceses) cantan a coro la misma canción y la bañan con sus lágrimas. Una vez más, la música sensibiliza y reconcilia al ser humano. Dax contempla desde una ventana la escena, momento en el que un asistente le dice que el regimiento debe volver al frente, pero el Coronel pide que la orden se postergue un poco más. Sin duda le parece necesario que sus subordinados recobren del todo los sentimientos perdidos . Cae el telón y se disipan poco a poco las impresiones que nos deja esta soberbia obra del cine social y de denuncia….
The end
[1]Editorial Crítica. Año 2000 .
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